Y nos besamos. Sentí, como siempre, que me iba a despertar, pero esta vez no sucedió. El mundo seguía girando. Ahí estamos, mirá, besándonos... Cantándole “vale cuatro” al destino y la distancia… apostando en la mesa dos corazones rotos, nuestra inocencia y el amor. Pero quién diría que en ese momento entendería la relatividad de lo corto que fue besarte y lo eterno que sería nuestro hablar. Y todo volvió a girar como antes… el miedo a la tirana longitud de un yo acá y un vos allá, la lealtad de nuestra amistad que se nos esfuma donde comienza el amor, y la culpa del pecado de mirarnos y desearnos. Parecía que donde ahora poníamos un ladrillo, vos le sacabas el suelo. Y ahí está uno levantando en pedazos un nosotros. Parece que nadie nos conto el cuento de los dos corazones y un solo latir, de la distancia enorme hecha cenizas, de lo poco que importa la física si uno más uno terminará dando tres tarde o temprano, y si es con vos mejor.
Pero no, no desperté… y tu perfume, como un hermoso karma, aún está incrustado en mi pecho… y mi cabeza se desvive buscándole la lógica adecuada para que tus palabras den por resultado “yo te amo”… pero acá no hay un “yo” arrepentido de lo sucedido, sino una persona contenta de robarle a los sueños su fantasía, y traerlas a nuestra realidad… conseguir un “mas allá de los sueños” que tan irónico nos acompañó… y si llegas a leer esto, quiero que sepas que aun sigo con las cartas en la mano, esperando que el destino y la distancia “quieran”, para demostrarle que con la peor mano también podemos ganar.
jueves, 30 de julio de 2009
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